sábado, octubre 24, 2009

Segundo experimento de escritura sin mente

Debo aceptarlo: traté de hacer trampa. A pesar del frío que tengo en las manos y en el cuello mientras escribo estas tabacadas, ya había estado pensando desde hace rato que quería escribir. Por fortuna (o por desgracia, todo depende de la óptica con que se mire el asunto dicen los que saben), mis ideas, cuando no las atrapo con una nasa o no las meto en el frasco directamente, se diluyen o se escapan, como si fueran reinas de su destino... malditas... Creen que pueden andar por ahí sin mi permiso, y que pueden pulular por los márgenes de la existencia sin consultármelo... Qué va, ya estoy comenzando a divagar; a ellas, a esas ideas que no se formaron en nada ni en nadie, qué va a importarles esa mierda de no existir... mejor para ellas, no tienen que tomarse la molestia de tomar una forma y despedazar una fracción del espacio y del tiempo con su presencia, que bien puede o no ser apreciada, querida, escrutada, analizada, mandada al carajo, a otro lugar de la existencia donde coexistirían con las ideas rechazadas... no, existir con semejantes riesgos hace que valga la pena estar allá, en ese formato tan cómodo que es el de no ser nada, no saberse iluminadas por esa vaina tan incómoda que es la mente de las personas... A veces veo las ideas que sí tocaron la luz, que les tocó conformarse con su pedazo de existencia entre un guetto digital como éste... y me pregunto, tal vez como parte de este anticuado ejercicio, tal vez por joderme, si ellas, de tener conciencia y criterio (Aunque no creo justo dudarlo a estas alturas, valga el deseo de alucinación), no querrían volver a ese estado envidiable de no-ser, de flotar en un delicioso estado de clara inoperancia vital... y a merced de las miles de páginas que imagino yo que habrán usado miles de filósofos para ladrarse unos a otros estos problemas, debo afirmar que ese posible deseo que puedan tener mis ideas de no querer existir, de flotar aun en la materia gris o en espacio beige sin conocer su forma final, es algo que no despierta en mí la más mínima piedad hacia ellas. Es que no despiertan ni lo más chiquito de lo que católicamente posría llamarse misericordia.

Qué pesar con ellas. Pero que se jodan. Las condenaré a todas a vivir, malditas resbalosas.

¿Por qué escapan de mí cuando las necesito? ¿Por qué no me explicaron sus deseos de no violencia al no querer vivir? Las dejaría tranquilas, buscaría en otras partes, resistiría el deseo de tener que conseguir un estúpido tema para jalarle las pelotas a la atarraya, no sé, de pronto solo agarraba a una de ellas, le pediría que se sacrifique en nombre de las demás y le exprimiría todo el jugo, todo lo que me pueda dar de sí, sin tener que molestar a las otras, para que se quedaran en su júbilo de inexistencia... o de pronto me las ingeniaría para escribir sin un eje central, si un apoyo figurado en un concepto, tal vez me habría funcionado.

Pero no... Ellas no quisieron. Se resistieron, escaparon a la mínima oportunidad. Tejieron poco a poco en mí una sensación de impotencia, y me valí de ese tejido para hacerme un complejo de furia... Por eso les digo, ideas mías: Prepárense, no se duerman, busquen refugio, porque cuando necesite de ustedes las buscaré, me apropiaré de ustedes y las llevaré a esa luz que tanto odian. Estúpidas. Conmigo se jodieron. Todas y ninguna.

Esto solo yo lo sabía, pero quiero hacerlo saber: al final no hice trampa, y surgió mientras realizaba este ejercicio una idea diferente, que hube de desarrollar sin temores. ¡Ya lo vieron, no he perdido todavía el deseo de acechar!

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