martes, octubre 20, 2009

¿Qué le ve una mujer a un concierto de Jazz?, Partes III y IV

III



Hace un tiempo se celebró en la ciudad un festival de Jazz, de acceso gratuito y muy buenos invitados. Fue todo un éxito de belleza musical. Mucha gente estuvo dispuesta a pagar el único precio que el festival tuvo: la temprana asistencia a los lugares, para evitar quedarse sin ver y disfrutar. Yo fui uno de ellos: en el segundo y en el tercer día, faltando una hora y media, ya estaba rondando por los alrededores del teatro, acechando un buen puesto —lo cual estuvo muy bien, a juzgar por la cantidad insana de personas que asistieron masivamente—. La verdad no pensaba otra cosa, solo quería entrar. Entré y lo disfruté muchísimo, fue mi momento, mi Nirvana (¿O mi Jazzvana? lo sé, me encantan los juegos tontos de palabras…). Cuando todo terminó y salimos, una amiga nos contó que durante el concierto había sentido orgasmos múltiples. Nos reímos, pero con eso comprendí que esa fue su experiencia. Puede que ella no la buscara como tal, que aquella no hubiera sido su razón para estar allí, pero esa fue. Puede que para otras mujeres la experiencia haya sido más espiritual, más sensorial, no lo sé. Pero es probable también que no hubieran ido por eso; tan solo querrían salir a alguna lado, como todos los viernes, y algún amigo o pretendiente las habría invitado al concierto como parte de una serie de actividades para la noche; les habría insistido en que salieran un rato a ver algo nuevo y luego, más tarde, a tomarse unos frappés o unos cocteles, y luego a bailar en alguna discoteca vía al aeropuerto; o tal vez querían conocer a alguien interesante o ver a una celebridad local o al alcalde, por puro e insensato aburrimiento; tal vez no querían ir pero tuvieron que hacerlo porque al novio sí le gusta el jazz o le causaba curiosidad, y se hubieran sentido culpables, o sus parejas las hubieran bombardeado de reclamos de no haberlos acompañado; o tal vez sí hubieran ido por convicción propia, porque ya habrían conocido el Jazz por medio de algún amigo o por los milagros de alguna emisora alternativa y hayan visto en ese concierto la oportunidad de tener una experiencia viva con esos ritmos que ya aman...

No lo se, no lo se y no lo sé.

Así que lo acepto, me perdí en el laberinto: no sé que le puede ver una mujer a un concierto de Jazz. Solo podré suponer que, para muchas de ellas, el Jazz es un encuentro: con ellas mismas, con el mundo de los sentidos, con el relleno de un tiempo libre que no supieron usar de otro modo. Tal vez lo odien, tal vez lo amen, tal vez lo gocen, tal vez quieran estar en otro lado, el caso es que, como mínimo y casi sin darse cuenta, son consecuentes con el Jazz. Van con una idea concreta, desprevenida y desposeída de una intencionalidad profunda, y luego el Jazz les llega, a las buenas o a las malas, como mínimo de forma imprevisible, sin planes absolutos de lo que sucede; solo son oídos, ojos, notas en el cerebro, almas cubiertas de ritmo. La improvisación de las emociones.


IV


Uhmmm… no se qué mas decir, se me acabó el soporte, se me aflojaron los engranajes. Me aventuraré a improvisar. Ahí va, Un-dos-tres-cuat: las mujeres van a verse a sí mismas convertidas en notas musicales. ¿Que son las mujeres el Jazz? Puede ser, al menos su naturaleza así lo muestra. Yo adoro el jazz, y no quiero vivir sin él. Preguntémosle, en nuestros pensamientos, a Charlie Parker, si no estaría pensando en una mujer cuando tocaba su música. De seguro que el nunca pensó en notas o pentagramas, eso es lo que creo.

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