sábado, junio 21, 2008

La libreta y las velas, parte VI

VI


El plan funcionó, a pesar de que olvidé pedir el tinto antes y a pesar de que ahora tengo la impresión de que no hubiera sido necesario; nunca lo sabré, no importa ya. Tuve que esperar poco para entrar al baño y hacer de las mías, pero tuve que esperar más mientras mis manos se secaban, odio escribir con las manos húmedas, a rato se siente todo el entorno pegajoso, y si escribo a mano, la humedad se filtra en el papel y comienza la tinta a correrse, desplegarse y dejar el papel cochino y desagradable, digno de la anotación típica del profesor de primaria sobre el trabajo a manos que se entrega cochino: ‘aseo’ o ‘cuidado con el aseo’. Bueno, todo ha vuelto a una normalidad temporal, fabricada desde mi llegada al cafetillo. Mi segundo y último café ha llegado. La dulce mesera no me miró mientras le daba las furtivas gracias (debe ser por lo furtivas), y de nuevo me encierro en el ciclo de voltear la libreta cada que lleno una página de acelerados garabatos. Sí, ahora estoy cómodo. Este ejercicio es muy interesante. Puedo sentir que de alguna forma me importa un plátano estar solo, y si bien podría parar y guardar la libreta si llegara alguna amiga o alguno de los muchachos, no tengo problemas si eso no pasa. He logrado la microadaptación en un lugar pésimo para escribir. Qué viva la impulsividad.

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